Una lucha relevante, y un logro creciente en los últimos años, es el derecho de recibir y administrar de forma asamblearia y equitativa los recursos económicos de carácter federal y estatal. Aunque no el único, es quizá el componente que puede sintetizar mejor la noción de autonomía hoy en día.
 
 
Sin embargo, el elemento político fundacional que ha permitido abrir la vereda a estas autonomías, es la elección propia de autoridades y cargos. Una facultad guardada por los pueblos indígenas varios siglos, que el zapatismo liberó en 1994 y que se marcó como una vía real en los Acuerdos de San Andrés en 1996 (que por cierto no avalaron los diputados en el Congreso).
 
 
En efecto, son experiencias con incalculables aportaciones, no obstante de lidiar con tensiones y limitaciones, sobre todo enfrentan, el continuo acecho de partidos políticos y el centralismo estatal y federal, que no reconoce la capacidad de los pueblos para gestionarse.
 
 
Estas autonomías asentadas en los estados de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, no deben verse como soluciones prácticas y optimistas ante todos los problemas sociales. Son, juntos o separados, un acervo de aprendizajes, una brújula cultural y autenticamente civilizatoria, un fresco viento que nos susurra y nos pregunta ¿Este será el camino?

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Septiembre 2022

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